miércoles, 26 de septiembre de 2012

Permanencia del campo intelectual


En un artículo titulado “Un jurado se explica” (1975), donde Julio Ramón Ribeyro describe su experiencia como jurado del Premio de Novela José María Arguedas, confesaba que la lectura de los manuscritos presentados al concurso significó un trabajo minucioso y agotador que le deparó un inesperado y posterior descubrimiento: tener estos manuscritos a su disposición le había permitido entrar en contacto con el aglutinamiento de las “obras escondidas” de nuestra literatura, el cimiento que sirve de base y existe en paralelo con las obras que adquieren visibilidad pública, la “parte oculta del témpano”. Había reconocido en ellas un censor sensible que contenía las inquietudes e informaciones actuales y vivas de las distintas realidades del país, pero sobre todo había comprendido lo necesarios que eran estos intentos truncos y obras fallidas, porque solo de estas tentativas germinarían las concreciones futuras. Dice Ribeyro: “Es justamente de esa masa de obras incompletas, imperfectas, falladas a veces por una nada que surge, de pronto, lo acabado, lo perdurable. Las obras geniales no vienen pues del aire, sino que antes fueron ensayadas por centenares de escritores que tenaz, oscuramente, sin consuelo de nadie y sin galardones, contribuyeron a su eclosión...” (2006: 82).
De alguna manera, esta misteriosa cooperación que se establece en el trabajo creativo de diversos escritores que pertenecen a una comunidad hace mención a lo que Bordieu denomina como el clima del “inconsciente cultural”. Este consiste en “códigos implícitos” que enlazan la labor creativa de los autores de determinada época: formas de pensamiento y percepciones comunes, preocupaciones, tópicos y procedimientos retóricos compartidos que van generando espacios de entendimiento y de encuentro en la producción creativa. Este inconsciente cultural es el que posibilita los “préstamos” en el lenguaje, el tratamiento de los temas, la primacía de los discursos, y a su vez va señalando los límites en las posibilidades de creación de una época o de una escuela artística (como el “mosaico de información” de la realidad peruana que recogen los manuscritos que leyó Julio Ramón Ribeyro mostraban la preponderancia de la poética realista en nuestras novelas) (2002: 41-50). Esto no anula, por supuesto, la singularidad artística, pues, como en otro momento señala Bordieu, así como la tradición literaria puede asimilar y compartimentar en sus ramificaciones los distintos libros, la sola concreción y disposición textual de una obra está reclamando, en sí misma, una lectura sobre su originalidad y sobre la forma como se vincula con los demás autores, es decir, sobre su manera de intervenir también modificando la tradición (1999: 256).
Aunque la completa valoración de una obra, en el sistema de Bordieu, adquirirá su verdadera dimensión cuando a ésta se agregue la representación que construye la sociedad sobre su significación, de manera que el proyecto creador se verá condicionado no solo por “la necesidad intrínseca” propia de la obra sino también por las “restricciones sociales” que la perfilan y determinan (porque su significación y su verdad pertenecen tanto al que lo produce como al que lo recibe) (2002: 20). Esta reflexión resulta interesante porque así el tiempo como ente depurador de las obras pierde su naturaleza abstracta e imparcial, pues la “lectura de la posteridad” se verá condicionada por los primeros lectores de las obras, es decir, por cómo estos las hayan recibido e interpretado y por el “sentido público” que les asignen en un primer momento (y que es lo que transmiten a la lectura histórica) (2002: 30). Estas representaciones sociales de las obras se realizarán además siguiendo las reglas de competencia y conflicto en las que participan los distintos agentes en un campo intelectual que destinan así a algunas obras, con equidad o injusticia (pero nunca gratuitamente), a los espacios ocultos o de visibilidad que menciona Julio Ramón Ribeyro.
En ese sentido, un libro como Espléndida iracundia. Antología consultada de la poesía peruana 1968-2008 (2012) que toma en cuenta las preferencias de 125 participantes situados “en los distintos espacios del sistema literario entre poetas, críticos, editores, antologadores e investigadores académicos” (13) para evaluar “la percepción sobre la poesía peruana de las últimas décadas” (12), resulta una empresa ilustrativa y riesgosa. Pues a la ventaja de la cercanía de los grupos de agentes, para su interrogación, se agrega el peligro de influencia que agrega esta cercanía sobre la elaboración del estudio. Este es uno de los motivos por el cual la conformación del libro termina siendo desproporcionada, pues resiente el impacto de la discusión mediática que propició el anuncio de su aparición, y esto origina las marchas y contramarchas en una evaluación que desea atenuar sus aristas polémicas, como puede notarse al confrontar la “Advertencia al lector” y el estudio de la “Introducción”. Por eso lo más llamativo, en este punto, resulta sin duda la incongruencia entre el despliegue teórico del estudio y la evaluación de los resultados de la consulta, y esto se produce por el criterio que se ha tenido para la elaboración del “cuestionario” entregado a los consultados: un simple voto por un grupo de poemarios resulta insuficiente para descubrir la mecánica de constantes implícitas y de solidaridades entre los distintos agentes (estudiosos, poetas, editores o periodistas) que influyen en la circulación y la valoración de los poemarios, y también resulta muy reducido para, a partir de ello, graficar las posiciones de los grupos que se aglutinan alrededor de ideas, a veces no explicitadas, pero que sirven para cohesionarse y distinguirse de los otros grupos en busca de legitimidad cultural.
De esa manera los resultados críticos se vuelven apenas perceptibles y más bien de naturaleza estadística y descriptiva (como cuando se menciona la poca presencia de poetas mujeres o la totalidad de poetas asentados en Lima), lo que en la metodología de Bordieu corresponde a un nivel primario, necesario pero engañoso pues la interpretación estadística recoge “taxonomías constituidas”, considera a las entidades por separado neutralizando las relaciones entre individuos y grupos (y el campo se construye, precisamente, en términos relacionales) e impone además, con sus vacíos, “el modo dominante de representar la creación artística” (2002: 101). Esto es curioso, sobre todo, en los temas de las preferencias, pues las encuestas a menudo recogen lo que Bordieu denomina “efecto de legitimidad”, en donde el consultado menciona no necesariamente lo que prefiere, sino aquello que “merece ser mencionado” (2010: 258), es decir, lo que en su momento es legítimo, prestigiado y difundido pues ha acumulado un “capital simbólico” de prestigio y autoridad (y el análisis estructural debiera recoger e interpretar estas posibles imposturas).
El estudio descuida, además, la influencia de la labor editorial (a través de sus lógicas de producción) en estas preferencias. Es decir, las dos “lógicas económicas” que, según Bordieu, señalan dos maneras de asumir las empresas culturales: la primera, “independiente del mercado”, que tiene un ciclo de producción largo porque sus fines están orientados a la obtención de “capital simbólico” que solo a largo plazo les permitirá obtener beneficios económicos; y la segunda, “subordinada a la demanda”, cuyo ciclo de producción es corto porque su prioridad será la rápida circulación de los productos para generar ingresos económicos a corto plazo (1995: 214-215). La demarcación es general y esquemática, pero qué duda cabe que estas lógicas determinarán los criterios de los editores para la selección de las obras a publicar y la conformación de los elementos que las integren: su presentación gráfica, la elección de los prologuistas, las estrategias publicitarias, el número de tiraje, y todo lo que contribuya a la “representación social” de una obra. De modo que lo más articulado del estudio de la “Introducción” serán las menciones a los “discursos poéticos” de las últimas décadas del siglo XX (las de 70, 80 y el 90), aunque esto sitúe al libro en los “límites literarios” en los que confinan a las antologías de poesía precedentes, pues los resultados de Espléndida iracundia no se corresponden con la sociología en torno a la labor poética que se proponen indagar.
Igual de llamativo resulta el ordenamiento de los 43 poetas en la sección “Poemas”, que corresponde a la antología propiamente dicha, y que debiera reflejar la jerarquización de las menciones de los consultados, lo cual reforzaría el carácter arbitrario y temporal al que aspira el libro en una de sus intenciones, y que sigue, sin embargo, un orden cronológico y desproblematizado (ese criterio cronológico no se sigue, en cambio, en el ordenamiento de los poemas de algunos poetas, se opta por anteponer las “arte poéticas” más significativas de cada autor, en una decisión que debiera aparecer justificada en la antología). El libro, además, no incluye la lista con los resultados de los poetas mencionados en la consulta (publicada en la Revista Quehacer de octubre-diciembre del 2010) y esta es una decisión cuestionable siendo la lista de menciones el soporte del estudio y parte fundamental para la inclusión de los poetas que conforman el libro. No tiene sentido presentar los resultados a debate público (como se hizo en dos jornadas en el Centro Cultural Peruano-Británico de Miraflores en noviembre del 2010), si luego estos se verán excluidos del libro, en una actitud que fue interpretada por algunos miembros de la Generación del 70 como parte de una provocación.
Y en ese sentido, aunque involuntariamente, la antología sí grafica la violencia verbal y simbólica entre dos grupos por la búsqueda de primacía en el campo poético contemporáneo, y creo que el objetivo del libro tiene como motor central asumir este enfrentamiento en donde los periodos temporales resultan significativos: el estudio menciona el año 1967 en el que Leónidas Cevallos edita la antología Los nuevos (donde instaura los lineamentos más resaltantes de la poesía de la Generación del 60), porque iniciar un estudio que parta un año después de la “fecha de nacimiento” de una generación, cuando han pasado más de cuatro décadas, es tratar no solo de deslindar con una etapa y “consagrar” poéticas características de otra más cercana, sino de asumir el relevo temporal de esta primacía en el mandato poético y distinguir, de paso, a sus antagonistas contemporáneos. Que los nombres de los cuatro responsables del libro aparezcan en todas las páginas de la antología (como no ocurre, del mismo modo, en sus anteriores libros colectivos) no puede ser visto sino como parte de esta disputa de posicionamiento simbólico. Aunque habría que destacar que este enfrentamiento entre grupos “marginales” y “hegemónicos”, se produce dentro de un sector social que, por su formación cultural, corresponde a la “fracción dominada de la clase dominante”, como señala Bordieu, y que ambos grupos disponen de agentes de legitimación y aparatos de difusión que les permiten posicionarse unas veces como representantes del “sentido del orden” y otras como propulsores de un “sentido de trastorno”.
La disparidad entre la metodología y los límites de su aplicación, y el espíritu cauto que guía el libro (aunque todo parece indicar que no es la real intención del estudio), no permite a los autores tomar consciencia de la magnitud de un trabajo que pudo haberse constituido como un primer estudio, panorámico y objetivo sobre las fallas en la producción, recepción y distribución de las obras en nuestro sistema literario: ¿Cuáles son los criterios que asumen los pocos espacios culturales para decidir el comentario de los libros? ¿Acaso esto explica la sobreexposición de algunos títulos y la poca o nula mención a otros libros publicados? ¿Existe relación entre algunas editoriales y articulistas que permite resaltar sus títulos en los medios? ¿Cuán decisivo es el prestigio de un sello editorial para la mayor celeridad en la distribución de los libros? ¿Las temáticas que privilegian las escuelas literarias propician la demanda en las obras que tengan estos temas? ¿Cuál es la prioridad de los pocos Fondos Editoriales universitarios en la elección de los libros que publican sus colecciones? Esto último, teniendo en cuenta que muchas obras de nuestros autores permanecen olvidadas y que carecemos de ediciones críticas de los más importantes libros de nuestra literatura.
Espléndida iracundia se posicionará como un referente significativo en la poesía peruana por lo novedoso del proyecto y la diversidad del material que reúne, pero otra de sus aristas dejaba entrever una indagación sobre las problemáticas y soluciones que nos permitan finalmente despojarnos de la informalidad, de los círculos cerrados y los bandos que se forman en las polémicas que, como dice Foucault, solo parecen servir para organizar lealtades en torno a dos posiciones inconmovibles y no para esclarecer los temas en discusión.
Tomar consciencia sobre estas fallas será un homenaje no solo a la poesía de don Emilio Adolfo Westphalen sino también a sus constantes preocupaciones de modernización de nuestro ambiente cultural.

Carlos López Degregori, Luis Fernando Chueca, José Güich Rodríguez y Alejandro Susti Gonzales. Espléndida iracundia. Antología consultada de la poesía peruana 1968-2008. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Lima, 2012.


REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

RIBEYRO, Julio Ramón
2006              “Un jurado se explica”. ROJAS, Luis Fernando. El archivo personal de Julio Ramón Ribeyro. Lima: Instituto Raúl Porras Barrenechea & Fondo Editorial Cultura Peruana.
BORDIEU, Pierre
1995             Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. Traducción de Thomas Kauf. Barcelona: Editorial Anagrama.
2002                Campo de poder, campo intelectual. Itinerario de un concepto. Buenos Aires: Editorial Montressor.            
2010              El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la cultura. Traducción de Alicia B. Gutiérrez. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.